Cambios necesarios en la estructura política del Distrito Federal y de la Cuenca del Valle de México
Ponencia para el taller de análisis y diseño constitucional del COALT del 28 de septiembre de 2015
Está en marcha un colapso mundial de las instituciones ligado o paralelo a otros colapsos mundiales que se retroalimentan entre sí, como son: el colapso de la persona humana, la sociedad, la economía, el ambiente, el clima, el agua, la biodiversidad. Colapsa el edificio institucional en el que se ha sustentado la modernidad. Estamos frente al fin de un mundo, el mundo creado por la economía política y la revolución industrial; del mundo creado por el Estado Nación. Nos encontramos en el mundo líquido que describe Sygmut Baumann, en el que aquello que creíamos sólido y duradero se licua, fluye y desaparece. Las constituciones, los estados nacionales, las democracias se debilitan y mueren ante la presión de una economía mundializada. El final de la era del petróleo barato(convencional) y la entrada del petróleo extremo (no convencional); el desastre climático, el agotamiento de los metales y otras materias primas; la muerte de los mares, glaciares, acuíferos, suelos, ríos, bosques, selvas, especies; los riesgos de ecocidio y genocidio creados por la tecnociencia, como: la energía nuclear, los transgénicos, la nanotecnología, la geoingeniería, el fracking, entre otros, producen un ambiente político y económico de tal complejidad que hacen caducar rápidamente a la mayor parte de las ideas, predicciones y premisas políticas que utilizamos hoy en día. La economía, contenido principal de la política desde hace más de dos siglos, devora las instituciones, las democracias, los países, las comunidades, los imaginarios sociales, los conceptos clásicos de Estado o constitución.
Los dislocamientos mundiales crean condiciones económicas y políticas inéditas de manera que hacen muy incierto el futuro y muy riesgosas las apuestas que no toman en cuenta estos cambios de fondo que sufre la sociedad mundial. El futuro ya no es el que era: puede traernos condiciones políticas y económicas que son impensables hoy en día. Desde 2008 ha sido cada año más difícil hacer predicciones económicas en todo el mundo: hemos entrado a otro mundo. La tecnocracia se afianza cada día más en un mundo que idolatra a la ciencia y la tecnología. La tiranía financiera y mediática se fortalecen con la tecnocracia. Las desigualdades van en aumento en el mundo por lo que la miseria moral y física invade al mundo. Los tratados de libre comercio sustituyen ahora a las constituciones nacionales que de esta forma se convierten en el escudo que protege los intereses de los inversionistas extranjeros, el saqueo de los regalos de la Naturaleza, la explotación intensiva de los trabajadores y la espada que ataca a quienes se oponen a la explotación intensiva del gas, el petróleo, los metales, las maderas, los suelos, los acuíferos y la imposición de un modo de vida mundializado o se dedican a la defensa de las culturas, las tradiciones, la ecología, los derechos humanos. La Constitución actual es enemiga de la conservación del agua, la biodiversidad y las reservas de minerales e hidrocarburos; es enemiga de los pueblos, los ejidos, los barrios, las colonias, las ciudades y las culturas.
Desde hace algunas décadas la Constitución mexicana no sirve a los mexicanos; está muy lejos de servirnos para enfrentar los retos y amenazas que entrañan los colapsos mundiales que vivimos y la creciente miseria y devastación ambiental de nuestro territorio. No obstante, crear una nueva constitución puede requerir algunos pasos previos antes de llegar a discutir su contenido futuro, tales como debatir cuáles son sus principales fallas de origen o adquiridas años después y cómo responder a los nuevos retos y amenazas mundiales y debatir, también, cómo podrían crearse las condiciones políticas que podrían llevar a la creación de una nueva constitución. Las mejores constituciones son producto de actos revolucionarios. Los colapsos mundiales en curso pueden lo mismo acelerar la creación de una nueva constitución que impedir su existencia en muchos años o para siempre. Grecia adapta hoy en día su constitución y sus leyes a las exigencias de los banqueros alemanes. México no está muy lejos de llegar a una situación parecida. Los defensores del libre comercio y la globalización financiera crean una poderosa trama política mundial que contiene eficazmente hasta el momento el cambio de las constituciones que ellos mismos han reformado, como es el caso de la mexicana.
Indudablemente, la cuestión ecológica es la principal falla de origen y adquirida a lo largo de los años de la Constitución mexicana. Es sin lugar a duda el aspecto principal de cualquier nueva constitución, pues es el tema que más importantes conflictos crea en el mundo moderno y el más ignorado por las constituciones y jurisprudencias existentes. De la tierra vivimos y sin ella no podremos sobrevivir. El dominio que ha tenido el pensamiento económico en los últimos tres siglos es el responsable de esta falla fundamental y de los colapsos mundiales que asfixian nuestras vidas; por ello hay que considerar primero los sustratos ideológicos economicistas de la Constitución como la idea de progreso, del desarrollo, el culto a la ciencia y la tecnología, la necesidad u obligación de adaptarse a los sistemas, las maquinas y sus evaluaciones, la trampa del consumismo y el trabajo alienado, así como la necesidad de impulsar un crecimiento económico infinito. Todos estos aspectos ideológicos lastran mucho a la Constitución en vigor y deben ser eliminados en cualquier nueva constitución.
La estructura política del Distrito Federal y sus demarcaciones, así como la de los municipios de la Cuenca del Valle de México tanto en el estado de México como en los estados de Hidalgo y Tlaxcala, territorios sujetos principalmente a los artículos 115, 116 y 122 constitucionales, son paradigmáticos de las fallas terribles de la Constitución. El país entero está muy afectado por el centralismo excesivo de nuestro sistema político y la escandalosa concentración de facultades en el gobierno federal y de poder económico y político en la Cuenca del Valle de México. Centralismo y concentración de poder y población van juntos. La megalópolis creada alrededor de la ciudad de México, que amenaza absorber a los estados de México, Tlaxcala, Puebla, Morelos y parte de Hidalgo, es la consecuencia concreta de este centralismo constitucional. Existe un proyecto de Peña Nieto que se llama Megalópolis en el que se consideran los diversos megaproyectos que pueden reforzar la concentración de población y poder político en el estado de México e Hidalgo, como lo son el nuevo aeropuerto en el Lago de Texcoco, las nuevas urbanizaciones al norte de este nuevo aeropuerto, las supercarreteras y otras grandes infraestructuras en el oriente del estado de México. La gigantesca urbanización y gran población del Distrito Federal, así como las conurbaciones nacidas de la expansión de la ciudad de México en los estados vecinos a ella, como un cáncer se extiende por lo que llaman la región centro del país y la "corona" de ciudades. Los habitantes de esta Cuenca sufren una creciente violencia por el tiempo perdido en el transporte, la contaminación del aire, la escasez de agua, la desaparición de los bosques y zonas rurales o campesinas, las fuertes migraciones, la miseria, la falta de empleo, el despojo de tierras, las desigualdades, la destrucción de las familias y las comunidades. La ciudad de México se asfixia. Es indispensable modificar esta aberrante estructura política que propicia esta situación.
El centralismo y la concentración de población han sido muy acentuados en los países de raíz latina, como lo confirman París, Madrid, Roma, Buenos Aires, Río de Janeiro y en México la existencia de ciudades- estado como Guadalajara y Monterrey y la misma ciudad de México. La histórica ciudad de México antecede al Distrito Federal que en el siglo XIX se sobrepone a esta urbe con una excesiva extensión territorial. En la segunda década del siglo XX el Distrito Federal queda sin autoridades locales elegidas democráticamente y hasta nuestros días el Congreso de la Unión tutela este territorio. Al igual que otras naciones no industrializadas, la ciudad de México se industrializa en gran escala después de la Segunda Guerra y crece explosivamente sobre todo en los municipios del estado de México colindantes a ella. La conurbación del estado de México con la ciudad de México se convierte así en el gran negocio del grupo político dominante en ese estado: el Grupo Atracomulco. Tan fuerte se hizo este grupo con la estructura política creada por el centralismo mexicano y la concentración de población en la Cuenca del Valle de México entre 1945 y 1975 que Hank González consigue la Regencia del Distrito Federal en el sexenio de López Portillo y la presidencia de la Republica en 2012, con Peña Nieto. Desde hace varios años, el oriente del estado de México en la Cuenca del Valle de México tiene mayor población que el Distrito Federal y se convierte en la mayor reserva de votos muy comprables del país: el estado de México tiene ahora el control político de México.
Las divisiones políticas establecidas en el siglo XIX son hoy en día un gran problema nacional: no hay manera de resolver o mitigar los problemas del agua y del aire sin asambleas de cuenca, sin reconocer los parteaguas, las conurbaciones, el transporte urbano, la necesidad de desconcentrar población y descentralizar las decisiones. Además, estas divisiones favorecen las aberraciones políticas como lo es la concentración de población en el estado de México y del poder en manos del Grupo Atracomulco. Por otra parte, los colapsos mundiales obligan a la acción local en defensa del territorio y del clima de la Tierra: la comunidad, entidad fundamental en la defensa de la ecología y la cultura, fue la primera víctima de la revolución industrial y la economía política; la introducción del transporte disloca no solo las mercancías o las personas, sino los usos del suelo y las divisiones políticas. Este dislocamiento nos lleva hoy en día a que ninguna localidad en México produce lo que consume ni consume lo que produce, no tiene control sobre su alimentación y así se fortalecen los tratados de libre comercio y las empresas transnacionales. La conservación del agua, los bosques, los suelos limpios exigen la existencia de comunidades vigorosas; de barrios, colonias, ejidos, pueblos y ciudades que cultiven una parte de sus alimentos o produzcan una parte de los elementos necesarios para la vida en la región donde se encuentran, que cosechen y depuren el agua, que cuiden los árboles y los animales de la localidad; hoy en día es indispensable relocalizar la producción y el consumo, por lo que es necesario el fortalecimiento político de las comunidades, especialmente en las grandes zonas urbanas, como lo es la megalópolis de la Cuenca del Valle de México. La Constitución no reconoce el papel trascendental de la comunidad y de sus asambleas. No reconoce, además, los límites de las ciudades; es decir: la tensión que existe entre ciudad y urbanización: después de cierto umbral la urbanización asfixia a la ciudad y empobrece a la cuenca y al país. Tampoco reconoce la importancia de la cuenca hidrológica como la "casa ecológica" de un país o paisaje o región que tiene más o menos una misma matriz del agua, biodiversidad y gastronomía. La economía política ha sido la responsable de la desastrosa división política que hoy tenemos.
La división política vigente de la Cuenca del Valle de México permite el funcionamiento de tres gobiernos estatales en su territorio- estados de México, Hidalgo y Distrito Federal-, hecho que afecta enormemente a todo el país y a sus habitantes: permite que un gobierno radicado en otra cuenca- en la ciudad de Toluca-tome el control del gobierno del país entero y de esta cuenca, y de paso asfixie a la ciudad de México. Para enfrentar sus problemas de agua, contaminación del aire, transporte, alimentación, bosques, vida silvestre, población, energía, desastre climático, es indispensable que la Cuenca del Valle de México conforme una asamblea regional o de cuenca en la que deberían participar los representantes de los pueblos, ejidos, colonias, barrios y ciudades de este territorio; que esta asamblea de cuenca designe a ejecutivos que realicen las tareas necesarias para llevar asuntos regionales que no pueden realizar las comunidades, como las relaciones con las asambleas de otras cuencas o regiones ecológicas. Para que esta asamblea regional sea posible, es necesario por un lado cambiar de sitio al Distrito Federal fuera de esta cuenca o reducir al mínimo el territorio del Distrito Federal, lo suficiente para que tengan asiento las más importantes funciones federales: algunas manzanas del Centro Histórico, y por otro lado, aceptar que son ciudades por derecho propio la mayor parte de las demarcaciones del Distrito Federal y de los municipios del estado de México más cercanos al Distrito Federal.
Reconocerles el estatuto de ciudades a estas demarcaciones y a estos municipios implica reconocer el gran tamaño de su población y sus problemas urbanos, y concederles la fuerza política que les puede permitir defenderse frente a los embates de los colapsos mundiales Estas nuevas ciudades de la Cuenca del Valle de México deberían reconocer a su vez la autonomía de los barrios y las colonias, de manera que puedan tomar importantes decisiones sobre el manejo de la urbicultura, la cosecha y depuración del agua, la separación de los residuos y otros aspectos ecológicos y económicos que requieren. Para fortalecerse, la ciudad de México debe reducir su tamaño a la ciudad histórica; es decir: a la zona urbana que hoy en día es aproximadamente la delegación Cuauhtémoc. Para funcionar adecuadamente, el gobierno federal debería reducir radicalmente su intervención en las formas de vida de las regiones del país y ampliar su función como escudo frente a la violencia militar y financiera internacional y como facilitador de la colaboración con otros países en asuntos para la Paz, los derechos humanos, el desastre climático, la transición energética, entre otros. Necesitamos reducir drásticamente la pesada estructura que nos impone el Estado y el Mercado: adecuar o equilibrar el tamaño de las unidades políticas y económicas.
El cambio en la estructura política del Distrito Federal y la Cuenca del Valle de México es fundamental, para liberar al país del centralismo y la concentración de población en las grandes megalópolis como Monterrey y Guadalajara. La única manera de desconcentrar la población y el poder reside en descentralizar la construcción de las decisiones de manera que sean realmente democráticas; es decir: que los afectados por las decisiones sean quienes tomen las decisiones. Los pueblos, los ejidos, los barrios, las colonias, las ciudades, elementos fundamentales de la vida de una cuenca o una región o estado, deben ser el locus del poder político o la fuente de las decisiones principales de una sociedad. Las asambleas de estas comunidades ecológicas o ecomunidades deben ser reconocidas por la Constitución como el centro donde se toman las decisiones principales de la cuenca, la región y el país. Las asambleas de cuenca o región ecológica deben servir para ligar a estas entidades entre sí y establecer vínculos con otras entidades similares de otras naciones, con el fin de crear una autentica representación nacional. La cuenca o la región ecológica y las comunidades ecológicas deberían tener la mayor parte de las facultades que ahora tiene el gobierno federal y así debe ser reconocido en una nueva constitución.
La ciudad de México ha sido la primera entidad en rebelarse contra el sistema político creado por la corrupción priista, centralista y concentradora, y la entidad que logra algunos cambios estructurales en su relación con el Estado. Desde el sismo de 1985, la ciudad de México impulsa cambios fundamentales como la elección de sus gobernantes, tanto al nivel del Distrito Federal como de sus demarcaciones y la expulsión del PRI y del PAN del centro político de esta ciudad. El plebiscito que propusimos en el seminario de 1992 y que fue realizado en 1993, sienta las bases de algunos de estos cambios que se pueden concretar en 1997. Los movimientos vecinales de esta ciudad han ido en aumento desde los años 90 debido a la democratización conseguida después del sismo del 85 y también, por la enorme devastación urbana, social y ambiental que ocasiona la construcción de grandes infraestructuras de transporte y edificación que impulsa la mundialización neoliberal. Estas nuevas condiciones políticas y económicas radicalizan en estos últimos años a los movimientos vecinales de manera que ahora exigen cambios profundos en las leyes de transporte y vialidad, desarrollo urbano y participación ciudadana. La nueva Ley de Movilidad, el cambio de nombre propuesto para la Ley de Desarrollo Urbano, el creciente número de organizaciones políticas de la ciudad de México y el acercamiento de los movimientos locales del oriente del estado de México a los movimientos contra megaproyectos de la ciudad de México, abren la posibilidad de impulsar con mayor fuerza el cambio en la estructura política del Distrito Federal y del gobierno de la Cuenca del Valle de México. Los movimientos contra la construcción de un nuevo aeropuerto de la ciudad de México en el lago de Texcoco, contra la eliminación del aeropuerto Benito Juárez, contra la construcción del tren interurbano de alta velocidad con Toluca, contra las ZODES, AGES, contra los megaproyectos en general anticipan a otros movimientos mayores. La fuerza destituyente e instituyente de la población del Distrito Federal y del oriente del estado de México puede impulsar los profundos cambios que se necesitan en esta entidad, en la Cuenca del Valle de México y en el país entero y que podrían ser parte del contenido de una nueva constitución local y nacional.
Miguel Valencia Mulkay
ECOMUNIDADES, Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México
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