Ponencia presentada en el 3er. Coloquio de Energía, realizado del 2-4 de septiembre de 2015 en la Universidad Autónoma de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
La transición energética que vivimos magnifica la incertidumbre económica, la confusión política, los riesgos financieros y los peligros de todo tipo en los países vulnerables, como lo son los países de América Latina ¿Cuál es entonces la mejor opción de estos países frente a la amenaza que representan el agotamiento de los regalos de la Naturaleza, como los hidrocarburos, el carbón, el uranio, etc. y el desastre climático y ambiental producido por seis décadas de desarrollo y muy elevados consumos de energía? ¿Qué hacer ante un parteaguas energético que anuncia el fin de la era del petróleo de bajo costo de extracción y la entrada del gas y petróleo extremo o no convencional que tiene al menos diez veces mayor costo socio ambiental ? ¿Cómo enfrentar las conmociones energéticas, los shocks petroleros, las caídas o elevaciones abruptas en los precios del petróleo o de la economía mundial? ¿Cómo enfrentar el rechazo social a las contaminaciones por la quema de hidrocarburos o por el desplazamiento de pueblos o actividades creado por la introducción de hidroeléctricas, grandes eólicas o solares, o por el encarecimiento de los alimentos básicos en la producción de agrocombustibles, o por la emisión de gases que dañan el clima de la Tierra, o por la construcción o el funcionamiento de centrales nucleares, o por el alza de las tarifas eléctricas o los precios de las gasolinas?
Responder a estas preguntas exige una visión global del tema energético, no sólo por el lado de la oferta de energía, sino de la demanda de energía que incluya el estudio de factores ecológicos, sociales, históricos, antropológicos, filosóficos, económicos y políticos. Analizar las ligas que tienen entre sí los colapsos del clima, del agua, de la producción petrolera, de la biodiversidad, de la limpia, de la producción de alimentos, de la sociedad, de la economía, de la política, entre otros; las formas en las que se retroalimentan entre sí estos colapsos mundiales. Hago aquí por lo tanto un planteamiento ecologista, tanto ético como político en defensa de las bases de la vida en la Tierra: Si nos consideramos parte de las clases sociales que en nuestros países tienen un modo de vida moderno, es imperativo reducir radicalmente, en el menor tiempo posible, nuestro consumo energético personal: reducir el uso del auto y del avión. Además, debemos exigir la reducción radical en el consumo de energía de las 30 entidades más importantes de cada país de América Latina: gobierno y grandes empresas e instituciones. Pedir reducciones en el consumo de energía de los pobres en nuestros países es un evidente absurdo. Sustento este planteamiento en el agotamiento de los regalos de la Naturaleza, en el desastre climático y ambiental global, en el creciente rechazo social a las contaminaciones, en el fracaso del modo de vida de los países desarrollados y en los efectos sicológicos, culturales, económicos y políticos que tiene el consumo de energía después de cierto umbral.
La era petrolera, muy especialmente las seis décadas de desarrollo( 1950- 2010), se ha caracterizado por el muy rápido crecimiento de la población humana: al menos siete veces desde 1880 a nuestros días; por los genocidios, los ecocidios, la asfixia de la convivencia humana, la miseria de la mayor parte de la población, la concentración del poder en muy pocas manos, el desquiciamiento climático, ambiental, social, económico, político y simbólico; por la degradación de los gobiernos y las instituciones, de los valores y de la cultura; por el muy extendido culto a la ciencia y la tecnología y el predominio de la religión de la economía. Tal vez la peor consecuencia de la era del petróleo de bajo costo de extracción ha sido la creación del modo de vida de los países desarrollados, muy particularmente del modo de vida de los estadounidenses, el peor modo de vida del mundo, si se toma en cuenta la depredación ecológica y social que imponen al mundo sus excesivos consumos de energía, agua y otras materias primas. Si por motivos de equidad se quisiera generalizar este deplorable modo de vida al resto de la población humana necesitaríamos los recursos naturales de siete planetas Tierra. Sin embargo, el mayor daño que hace a la sociedad el modo de vida de los países desarrollados consiste en la colonización que hace del imaginario social de los demás países: la mayor parte de los pobres del mundo aspiran a tener un modo de vida igual, por lo que migran a los países desarrollados o hacen todo lo posible por imitarlo en su pueblo o ciudad y abandonan rápidamente sus saberes, sus tradiciones ancladas en la historia, el clima y las condiciones de su región ecológica. La pérdida de la autonomía de los pueblos, ejidos, colonias, barrios y ciudades es la consecuencia de la colonización del imaginario social y la industrialización de la vida de los países no desarrollados.
Los métodos que hoy se utilizan para producir energía, en su gran mayoría agotan los regalos de la Naturaleza, contaminan el ambiente, destruyen el clima de la Tierra y atentan contra la existencia de las culturas del mundo, el tejido social y el equilibrio de la persona humana. No existen formas industriales de producir energía que sean aceptables desde el punto de vista del mediano y largo plazo, de la ecología y de la Paz o la no violencia. Al ritmo actual de su utilización, el carbón, el petróleo, el gas natural, el uranio, accesibles, se consumirán dentro del horizonte temporal de dos a tres décadas. El auge de la extracción de gas y petróleo no convencional; es decir: del gas y petróleo shale y de aguas profundas, de muy alto costo de extracción y excesivo impacto climático, ambiental y social, confirma rotundamente que el gas y el petróleo convencional-de bajo costo de extracción y mucho menor impacto ambiental- se agota rápidamente en el mundo y crea así, una muy riesgosa situación política, económica y energética para los próximos años, especialmente para los muy vulnerables países de América Latina: incertidumbre, shocks petroleros, recesiones económicas, como los que empezamos a sufrir con mayor frecuencia. Se trata de un hecho geológico mundial de consecuencias trascendentales.
Termina la era del gas y petróleo de bajo costo de extracción y de menor impacto social y ambiental. Comienza la era del gas y petróleo extremo o no convencional cuya extracción implica un intolerable aumento en la depredación climática- la producción de metano es muy elevada con la tecnología del fracking – y la ambiental es muy superior a la del gas y petróleo de bajo costo de extracción, por el enorme consumo de agua y el uso de sustancias químicas cancerígenas o muy venenosas. Los derrames de petróleo en aguas profundas tienen impactos excesivos, inaceptables bajo cualquier criterio ecológico. No hay justificación alguna para la introducción de estas tecnologías. La extracción de petróleo a partir de arenas bituminosas en Canadá, o por medio de la tecnología del fracking en EU, o los proyectos de extracción en zonas de alta vulnerabilidad ecológica, como el Ártico, la selva amazónica, las costas de California, así como el repunte en la construcción de nuevas centrales nucleares, la producción de agrocombustibles a partir de caña de azúcar, maíz y otras plantas y el auge en la construcción de grandes eólicas y solares, confirman también el agotamiento del petróleo convencional y la entrada de la era del Petróleo Extremo o petróleo de alto riesgo ecológico y económico.
La economía mundial crece con mayor dificultad desde el momento en que comienza la caída en las reservas del petróleo barato, convencional, anunciada desde hace décadas. En México este agotamiento fue advertido hace algunos lustros por muchas voces, pero, fue negado rotundamente por el Estado; ahora es ya evidente, pero el gobierno federal y el Estado aun niegan en su “reforma energética” el reconocimiento de las consecuencias económicas, ecológicas, políticas y sociales que tiene este hecho. Estos límites geológicos que descubre ahora la extracción de combustibles fósiles debería ser razón suficiente para adoptar un cambio radical en la extracción de gas y petróleo en los países de América Latina: hasta el momento su dependencia de los combustibles fósiles es demasiado alta y por lo mismo demasiado riesgosa. Rechazar la extracción de gas y petróleo no convencional, dejar el gas y el petróleo shale en el subsuelo y el carbón en el hoyo, es la mejor apuesta que pueden hacer los países de América Latina. Aceptar la dureza de esta apuesta puede ahorrar muchos sufrimientos al país.
La producción de electricidad basada en combustibles fósiles es un factor central en la emergencia del desastre climático y el desastre ecológico de los diversos territorios del mundo; las protestas de las comunidades cercanas a las plantas de generación de electricidad por medio de carbón o productos del petróleo se dan crecientemente en muchos países del mundo, desde Chicago hasta Durban, en Sudáfrica debido a los daños que producen en la salud de los vecinos, la flora y la fauna. Hace algunos días, miles de personas ocuparon el sitio Garzweiler, cerca del río Rin, en Alemania, donde se realiza la más grande explotación de carbón a tajo abierto del mundo y suspendieron las operaciones un fin de semana al grito de “Fin a las emisiones de CO2” “Ende Gelande”(¡Hasta aquí y no más lejos!). En las últimas cumbres del clima arrecian las protestas de las organizaciones indígenas, campesinas, sindicales, urbanas, ecologistas, de derechos humanos que participan en los foros paralelos a las cumbres del clima de la Tierra, las COP o conferencias de las partes. En la cumbre del clima de Copenhague en 2009, más de 150,000 personas provenientes de muchos países, en su mayor parte europeos, marcharon al grito de “Cambiemos el sistema no el clima”. Las organizaciones sociales del mundo preparan ahora muy diversos y masivos actos de desobediencia civil hacia la mega cumbre del clima en París, la COP-21. Lamentablemente, es muy poco lo que puede esperarse de la COP-21 de Paris y de cualquier cumbre climática. Los gobiernos son parte del problema climático, energético, ambiental del mundo.
En su gran mayoría, los científicos del mundo reconocen inequívocamente el calentamiento del sistema climático de la Tierra y de acuerdo con el Quinto Informe de Evaluación del IPCC o Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático, aprobado en 2013, nos dicen “ Desde la década de 1950 muchos de los cambios observados no han tenido precedente en los últimos milenios” “Cada uno de los tres últimos decenios ha sido sucesivamente más cálido en la superficie de la Tierra que cualquier decenio anterior desde 1850” “la principal contribución al cambio climático proviene del aumento en la concentración de CO2 en la atmósfera que se viene produciendo desde 1750” “Es sumamente probable que la influencia humana haya sido la causa dominante del calentamiento observado desde mediados del Siglo XX” “Es probable que para fines del siglo XXI la temperatura global en superficie sea superior a 2 grados” … en varios escenarios. No obstante, varios grupos de científicos de países desarrollados no son tan conservadores como el muy hostigado IPCC y pronostican 4 y hasta 6 grados de aumento de la temperatura en este siglo, lo que provocaría catástrofes inenarrables. La reducción radical de emisiones que dañan el clima es un asunto extrema urgencia en todo el mundo.
El despilfarro energético es muy evidente en los países que se llaman a sí mismos “desarrollados”: en sus sistemas urbanos e industriales, hay un gran fracaso energético, como lo es el transporte cotidiano que consume no sólo hasta cuatro horas diarias de la gran mayoría de los trabajadores, sino ingentes cantidades de electricidad y gasolinas. La velocidad promedio en la ciudad de México no excede en la mayor parte día a los 12 km por hora; la bicicleta hace mejores tiempos y ahorra muchas muertes y energía. Se mueve absurdamente a las personas y a las cosas. El bombeo de agua muestra también una gran irracionalidad en estos países, pues se aceptan excesivos consumos de agua, especialmente en la industria, como la de alimentos y los servicios, como los campos de golf. Se desperdician, debido a la producción industrial, más del 35 % de los alimentos. La agroindustria moderna es otra gran fuente de despilfarro energético, tanto en bombeo de agua, como en el uso de fertilizantes, pesticidas y transportes. En la construcción de vivienda también hay un enorme despilfarro energético inherente a su producción industrial. Las llamadas economías de escala funcionan en contra de las economías ecológicas y energéticas: son insostenibles. Los países de América Latina adoptan habitualmente las peores tecnologías de los países poderosos, por lo que su despilfarro energético a veces supera al de estos países. Existe en América Latina un gran potencial de reducción en el consumo de energía debido a las grandes desigualdades sociales.
Ciertamente es una buena noticia encontrar señales en el horizonte que revelan no sólo el final de la época petrolera, sino el final de la era del desarrollo iniciada después de la Segunda Guerra Mundial. Espero que también termine pronto la sociedad de crecimiento que tanto daño hace a la humanidad y a los seres vivos no humanos. La era petrolera, muy especialmente las seis décadas de desarrollo( 1950- 2010), se caracterizan por el uso irracional del transporte, en especial por el uso abusivo del auto, el avión y los trenes rápidos; por el uso irracional de fertilizantes, pesticidas, maquinaria y tecnologías altamente depredadoras para producir alimentos; por el irracional bombeo, mal uso y contaminación del agua; por la producción desmedida de residuos sólidos, tóxicos, peligrosos, por las descargas de aguas envenenadas en ríos, lagos, mares, por la emisión descomunal de gases que dañan el clima de la Tierra; por el uso excesivo del aire acondicionado, la calefacción, la iluminación; por el consumo excesivo de energía de sectores privilegiados de la sociedad, como lo son la industria y los servicios; por el auge de las falsas soluciones al problema del agotamiento de los dones de la Naturaleza, como el fracking, extracción en aguas profundas, energía nuclear, agrocombustibles, biomasa, grandes eólicas y solares; por la creciente falta de ética de científicos, técnicos, expertos; por el predominio de la tecnocracia y la muerte de la democracia; por el predominio de una escolarización, unas televisoras y un consumo de tecnologías que colonizan profundamente el imaginario social y promueven el consumismo más degradante posible y la mercantilización de todo lo habido y por haber, la omnimercantilización de la vida.
A mayor consumo de energía per cápita, mayor violencia social y mayor destrucción ecológica; mayor angustia, stress y destrucción del tejido social. La especie humana puede desaparecer toda o en su mayor parte debido al excesivo consumo de energía y al consumo de carbón y petróleo. Los altos consumos de energía tienen efectos sicológicos y sociales devastadores: destruyen la convivencia humana, la autonomía de las personas y las comunidades, la equidad en la participación del poder y la soberanía de los países empobrecidos por la economía moderna globalizada. El consumo de energía, después de cierto umbral, corrompe al cuerpo social y degrada a la persona humana. Tolerar la contaminación de los suelos, los subsuelos, los ríos, los lagos, los mares, la atmosfera implica colonización de la mente por ideas económicas impuestas por quienes viven en la miseria moral; implica un suicidio colectivo. Reitero Si nos consideramos parte de las clases sociales que en nuestros países tienen un modo de vida moderno, es imperativo reducir radicalmente, en el menor tiempo posible, nuestro consumo energético personal: reducir el uso del auto y del avión. Además, debemos exigir la reducción radical en el consumo de energía de las 30 entidades más importantes de cada país de América Latina: gobierno y grandes empresas e instituciones. Pedir reducciones en el consumo de energía de los pobres en nuestros países es un evidente absurdo.
Miguel Valencia Mulkay
ECOMUNIDADES
Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México