lunes, 19 de octubre de 2015

[Red-Ecomunidades] El tiempo que diariamente perdemos en el transporte urbano de la ciudad de México destruye la ecología, el clima, las culturas, la ciudad, la salud, la economía y la política, y hace infernal nuestra existencia.

El tiempo que diariamente perdemos en el transporte urbano de la ciudad de México destruye la ecología, el clima, las culturas, la ciudad, la salud, la economía y la política, y  hace infernal nuestra existencia.

Texto discutido en el Conversatorio-desayuno del 1 de octubre de 2015 de la Red en Defensa de la Ciudad de México y ECOMUNIDADES, Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México y sometido a consulta hasta el 14 de octubre de 2015

Hoy en día la gran mayoría de los habitantes de la ciudad de México y de la Cuenca del Valle de México pierden más de 4 horas en el transporte urbano, ya sea en transporte colectivo o en automóvil BMW, Rolls Royce o Cadillac, o sobre las vías del Metro o de trenes suburbanos, o sobre pavimentaciones de Segundo Piso, deprimidos, distribuidores viales, autopistas urbanas, arcos viales, circuitos interiores, periféricos, ejes viales, avenidas y calles. En pocos años perderán irremediablemente más de cinco horas diarias si no hay conciencia entre sus habitantes de la radical alteración urbana que provoca el transporte en todas las ciudades modernas. En cualquier ciudad del mundo, el automóvil, el Metro, el Metrobus, las "vías rápidas", la infraestructura de transporte, inducen un continuo aumento en el tiempo perdido diariamente por los usuarios de todo tipo de transporte. Es inherente al transporte la contraproductividad. El llamado desarrollo urbano" descansa principalmente en el "ordenamiento" urbano que genera el transporte urbano. Las ciudades se hacen a la medida y a las exigencias del automóvil y el transporte colectivo.  Los Ángeles, Ca, una ciudad intervenida hace unos 80 años por grandes empresas petroleras y fabricantes de autos, con el fin de crear una ciudad modelo para el uso intensivo del automóvil, tiene ahora más del 60% de su superficie dedicada a los autos y la mayor concentración de vías rápidas en el mundo y  es ya una ciudad en la que se pierden más de cuatro horas diarias promedio en el transporte en auto. Un fracaso estruendoso.   

Como lo advierten Jean Pierre Dupuy y Jean Robert[1], el transporte disloca el tiempo y el espacio: produce la urbanización que conviene a la economía dominante que sólo beneficia a una minoría.  El transporte urbano no solo desplaza personas y carga, sino desplaza también los usos del suelo; no hay manera de frenar este proceso por medio de programas y normatividades  urbanas. Como lo señala Arturo Soria y Puig[2], el desarrollo del transporte sirve paradójicamente para acercar puntos y alejar usos del suelo. Dos son las fuerzas que operan para que se verifique ese fenómeno. La primera derivada de las necesidades espaciales del transporte, en especial del automóvil que requiere para su funcionamiento una gran cantidad de espacio que se quita del que necesitan otras actividades humanas, las cuales se ven obligadas a expandirse por el territorio. Al aumentar su velocidad, el auto ocupa más y más superficie de circulación y circulan menos personas. En círculo vicioso, el aumento de las distancias entre las distintas actividades genera más desplazamientos motorizados que acaban reclamando nuevo espacio que devorar.

La segunda fuerza que actúa en la misma dirección es la especialización de los usos del suelo. La practica urbanística conduce a la creación de espacios monofuncionales en los que únicamente se verifica una actividad urbana: grandes áreas comerciales, polígonos de servicios, barrios o colonias dormitorio (por el transporte casi todas los son), áreas de ocio especializado o incluso áreas o zonas de predominio escolar o de salud (ciudades universitarias o de la salud). De esta manera se incrementan las distancias entre los distintos usos; cada vez menos actividades quedan cerca, a distancias fáciles de recorrer andando o en bicicleta. Un resultado significativo de todo este proceso de alejamiento de usos del suelo es el crecimiento de áreas metropolitanas al margen de su evolución demográfica. En Europa, ciudades en franca estabilización demográfica, tienen crecimiento en sus manchas urbanas. Las distancias recorridas han crecido en paralelo a la especialización del uso del suelo, con el consiguiente resultado de una mayor dependencia del motor para realizar actividades cotidianas. Lo más grave de la transformación espacial que impone el transporte urbano y en particular el auto no es tanto las distancias físicas, sino el cambio en las distancias psicológicas y de los comportamientos sociales que acarrea.  En los últimos 40 años se produce una sustancial transformación de la autonomía de los niños y los ancianos para desplazarse. En Inglaterra, en los años 70 un 80% de los niños entre 7 y 8 años se desplazaba andando al colegio, en  los 90 esta cifra había caído al 9 %. Ahora los adultos, especialmente las mujeres, son choferes de niños y ancianos. Los lejanos hipermercados han sustituido a las tiendas de barrio.  Quienes acceden al automóvil tienen que dedicar una parte creciente de su tiempo libre a establecer relaciones de lejanía y sus relaciones interpersonales se reducen significativamente: muere la vida familiar, comunitaria y cultural.

Por otra parte, el transporte urbano produce  discriminaciones sociales mayores: el automóvil es un privilegio de una minoría social – en México, no más del 20 % de la población- que tiene acceso a este tipo de transporte y que destruye la existencia  una gran parte de la población de la Cuenca del Valle de México, pues reduce mucho sus posibilidades de desplazarse autónomamente.  La opinión del automovilista puede pesar algo así como la opinión de cien ciudadanos sin automóvil, ya que consigue imponer las vías rápidas que necesita, eliminar los impuestos a las gasolinas, a los autos, a los estacionamientos y crear códigos penales que favorecen la impunidad de muchos de sus actos delictivos: es un ciudadano "pesado" que hace surco por donde se desplaza: los árboles, las áreas verdes, los barrios populares, son eliminados para favorecer la circulación de los ciudadanos que utilizan el auto. En cambio el peatón y el ciclista se ven obligados a vivir en un mundo "del otro lado del parabrisas", un mundo de alto riesgo, muy hostil donde habitualmente debe, además, convertirse en un torturado "usuario del transporte público". El peatón, el ciclista y el usuario del transporte sienten toda la miseria, el sentimiento de abandono, impotencia, exclusión, pobreza "moralmente sentida", desesperación, segregación que acompaña a su condición marginal. De acuerdo con Ivan Illich[3], las personas que no tienen auto pierden el uso efectivo de sus pies porque el automóvil ejerce un monopolio radical sobre la locomoción; ahora deben comprar kilómetros-pasajero para ir de aquí a allá. El medio geográfico paraliza sus pies. El espacio se ha convertido en una infraestructura destinada a vehículos¿Esto quiere decir que los pies son obsoletos? Desde luego que no. Los pies no son "medios rudimentarios de transporte personal" como nos lo quieren hacer creer algunos responsables de las redes carreteras.
 

En EU el automóvil cobra cada año cerca de 90,000 vidas humanas, 20% más del equivalente a las víctimas de la guerra de Vietnam; en México cobra más de 20,000 vidas humanas. En México los accidentes de tránsito constituyen la principal causa de muerte no natural y la primera causa de muerte, incluida la natural, en el tramo de edades comprendido entre los 18 y los 25 años y por último, los accidentes de tránsito constituyen la principal causa de minusvalías y discapacidades de la población, probablemente entre el 60 y el 80% de ellas.  El uso del auto es responsable principal de la contaminación del aire de la Cuenca del Valle de México y de las decenas de miles de muertes y  enfermedades que anualmente se producen en este territorio derivadas de esta actividad.

La economía globalizada profundiza los efectos nocivos del transporte urbano en la urbanización. Desde hace unas dos décadas entramos en la era de la HIPERMOVILIDAD (Mover a México), consigna que en los hechos implica "Vivir para transportarse" y anular las demás actividades del ser humano: familiares, comunitarias, culturales. El uso del auto fomenta los viajes diarios cada día más lejanos y el abandono de los servicios de proximidad, a los que se puede llegar  a pie o en bicicleta; fomenta la dependencia de sitios o servicios cada día más lejanos, para acceder a un empleo o a una gestión o a una diversión; impulsa la eliminación de la caminata y el uso de la bicicleta; es el responsable principal del continuo aumento del tiempo perdido diariamente en el transporte urbano; disloca el tiempo y el uso del suelo en el territorio. El auto impone su ley en la ciudad: impone la obligación de utilizar auto a quienes tienen una pequeña posibilidad de hacerlo; impone sus exigencias de espacio, pavimentos, semáforos, policías, servicios, obras, presupuestos en aumento, reglamentos y leyes a modo; impone la injusticia, la impunidad, la falta de respeto a la Ley; por su publicidad y su mercadotecnia impone, además, aspiraciones y simbolismos degradantes: tener un buen auto significa "superarse", tener un mejor trato social, más inteligencia y cultura, poder sobre los demás, mayor atractivo sexual, elegancia, mistificación. El uso del auto crea una mentalidad maligna: El Volante, que se caracteriza por el desprecio por el peatón y el ciclista, por quienes no tienen auto,  la incomprensión de los problemas sociales y culturales, la actitud arrogante, agresiva, insolente, autoritaria  y el individualismo y falta de interés por el bien común. Desde luego, no todos los automovilistas tienen esta mentalidad y esta actitud, pero, la gran mayoría la tienen porque la maquina degrada su visión del mundo.

No podrán frenarse el continuo aumento del tiempo perdido en el transporte urbano de la ciudad de México y otros problemas derivados del uso excesivo del auto en esta entidad, sin la conciencia social del enorme potencial humano que tiramos a la basura con el tiempo que perdemos diariamente en el transporte urbano; sin la conciencia de que este desastre en la movilidad urbana sólo favorece los vicios y las pulsiones inconfesables de una pequeña minoría y perjudica a la gran mayoría.  Mientras nos transportamos no descansamos, no aprendemos, no hacemos ejercicio, no nos divertimos, no ganamos dinero: es el tiempo más miserable de nuestras vidas. El Buen Vivir o la "calidad de vida" se caracterizan por la brevedad del tiempo que dedicamos al transporte urbano. Únicamente la aplicación de severas leyes, reglamentos y la eliminación de superficies publicas dedicadas al estacionamiento o a la circulación de autos, pueden frenar el desastre ecológico, social, económico y político creado por el uso excesivo del automóvil en la ciudad de México. La nueva Ley de Movilidad del DF, promovida inicialmente por nuestro grupo en 2004, degradada por la mentalidad de automovilista que la promovió y la aprobó, recoge muy pobremente los postulados ecologistas que le dieron vida y permanece muy cargada de los muy nocivos conceptos transportistas de la vieja Ley de Vialidad y Transporte, por lo que no representa todavía la legislación local que necesitamos para reducir radicalmente el uso excesivo del auto en la ciudad de México. Sólo con medidas radicales contra el uso del auto podrá frenarse el continuo aumento del tiempo perdido diariamente en el transporte urbano de la ciudad de México.

Red en Defensa de la Ciudad de México, ECOMUNIDADES, Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México, ¡Salir del petróleo! ¡Descrecimiento o colapso!

Adriana Matalonga, Alejandro Domínguez Suberbie, Ángel Pujalte, Eduardo Farah, Edgardo Mota, Miguel Valencia, Rodolfo Buentello.



[1] La Tahison de l'opulence, Seuil, Paris

[2] ¿A qué se llama transporte?. Revista "Ciudad y territorio" Madrid,1980

[3] Dans le mirroir du passe

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