En el periódico REFORMA, apareció el 15 de mayo pasado el artículo ¿Hay alguien atras de Sicilia? del panista German Martínez Cázares. Hoy le responde Jean Robert.
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La historicidad de las instituciones:
Interpelación a Germán Mártinez Cázares respecto a
Ivan Illich y Javier Sicilia
Jean Robert
El 15 de mayo pasado, Reforma publicó un artículo titulado “¿Hay alguien atrás de Javier Sicilia?” cuyo autor, Germán Martínez Cázares (Quiroga, 20 de junio 1967), doctor en derecho y político, es un jerarca del PAN. Su respuesta: “¡Sí! ¡Ivan Illich!” Tal afirmación requiere algunas precisiones. Es cierto que Javier Sicilia (México, 1956) conoció a Ivan Illich y que desde su primer encuentro tuvieron una gran simpatía mutua 1.
Pero, por otra parte, las fechas no son las que menciona el artículo de Reforma. Además, si bien es cierto que Illich criticó duramente un cierto tipo de instituciones, las instituciones de suministro de servicios propias de los años 1970, la afirmación categórica de que Illich no creía en las instituciones no tiene sentido.
Illich se había formado como historiador de la Iglesia, una buena
preparación al estudio de las instituciones modernas que, a pesar de que la mentalidad contemporánea trata de negarlo, tienen orígenes cristianos,
medievales o antiguos. Un historiador no puede tener una visión esencialista de las instituciones. No existe la educación, por ejemplo, sino estilos de relación entre maestros y discípulos o nodrizas y “alumnos”; hasta la era moderna, la frase “magíster docet, nutrix educat” permitía distinguir lo que hace un maestro (magister) del quehacer de una nodriza (nutrix), pero el lenguaje institucional moderno ya no permite esta distinción. Los cambios en el uso de las palabras reflejan cambios de percepciones, y, al cambiar las percepciones de la gente, cambia el espíritu de las instituciones sin que desaparezcan necesariamente sus formas. Lo que no quiere reconocer el Sr. Martínez, es que hoy estamos en un tiempo de cambio de este espíritu. Por ejemplo, gran parte de la economía depende hoy de instituciones de servicios (de educación, de salud, de transporte). Lo que vio el historiador Illich es que la percepción moderna según la cual el hombre siempre tuvo necesidades masivas de servicios de educación, de salud y de transporte es una herencia
cristiana pervertida 2. Para los primeros cristianos, el servitium era un don libre y gratuito de sí mismo. Si los movimientos de liberación en el mundo árabe y en otras partes del mundo nos enseñan algo, es precisamente que redescubren el don gratuito de sí mismo, sentido original de la palabra servitium. En cambio, en la tradición moderna aún dominante, los servicios se han transformado en el sector prioritario de la economía, es decir en el contrario de un don, ejemplo de lo que Illich, al final de su vida, calificaba de corrupción de lo mejor, que es lo peor. Para el historiador de la Iglesia, esta corrupción moderna remata siglos de intentos eclesiales de volver la gracia obligatoria y de criminalizar el pecado. Siglos de rechazo de la gratuidad y del espíritu del don de sí mismo 3.
Lo que en el fondo Germán Martínez reprocha a Illich es su visión histórica de las instituciones: esas cambian conforme pasa el tiempo, reflejando los grandes cambios de la historia de las mentalidades. Por ejemplo, durante la segunda mitad del siglo XIX, la obligatoriedad de la escuela primaria se instituyó progresivamente en la mayor parte de los países occidentales, haciendo del derecho a ella una conquista democrática. Pero al mismo tiempo que pretendía vencer viejos prejuicios de clase, la democratización de los servicios educativos básicos por su obligatoriead tuvo consecuencias inesperadas. Por ejemplo, desvaloró todas las formas de aprendizaje autónomo no sancionadas por un título. Además, al pretender encauzar la curiosidad hacia programas preestablecidos, la escuela obligatoria castró las ganas de aprender de la mayor parte de sus alumnos.
Arraigado como lo era en la historia, Iván Illich logró elaborar una teoría
de la contra-productividad de las instituciones de servicio modernas. Lo logró porque, como historiador, percibía que, de toda realidad que tiene un
principio, se puede predecir que tendrá un final. La escuela obligatoria por ley, los transportes que la estructura del espacio urbano vuelve compulsivos y el monitoreo médico de la población que la forma de la vida moderna vuelve inevitables son instituciones que tuvieron un principio en un pasado no muy remoto y cuyo fin no es imposible vislumbrar.
El problema, predica Martínez, “es que Iván Illich no cree en las
instituciones”. La relación de los ciudadanos a las instituciones no es materia de “fe”, sino cuestión de legitimidad, la que nunca se gana “para siempre”. Si “creer en las instituciones” es creer en su poder muy real de moldear las percepciones del cuerpo, del tiempo y del espacio, Illich creía en este poder. Si por lo contrario, creer en ellas es creer en su inamovilidad, en su “esencia” y en su supuesto carácter universal y eterno – el ser humano siempre necesitó “servicios de educación” – entonces, no, Iván Illich no creía en las instituciones.
Iván Illich elaboró instrumentos analíticos para evaluar la efectividad o, por
lo contrario, la contra-productividad de las instituciones de servicios de las
sociedades industriales de los años 1960-1980, época que vio lo nunca visto anteriormente: la proliferación sin límites de profesiones nuevas y la
expansión desmedida de los servicios que ofrecían. En 1961, había fundado en Cuernavaca el CIF, Centro Intercultural de Formación, cuya función oficial era preparar sacerdotes, monjes y monjas así como laicos americanos a engrosar las filas de los católicos de buena voluntad dispuestos a dedicar unos años de su vida a “ayudar” a los Latinoamericanos prestándoles “servicios”. Iván ofrecía a los candidatos una excelente biblioteca, conferencias de los mejores autores y conversaciones con ellos y, al cabo de algunos meses, les decía que
lo mejor que podían hacer era renunciar a su proyecto de “sacrificio” personal y volver a casa 4. En 1968, cuando fue convocado a Roma para que respondiera a un interrogatorio de la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe, nombre moderno de la Inquisición, las preguntas no se referían a su interpretación de la misión del CIF; lo que lo más lo incitó a no contestar el cuestionario fue que gran parte de las preguntas concernían a terceros que, según él, eran capaces de responder personalmente 5. Al volver a Cuernavaca, transformó el CIF en el CIDOC, un “lugar para pensar” libremente. Una frase proverbial lanzó los estudios del CIDOC: “Más allá de ciertos límites, la producción de servicios institucionales hará más daños a la cultura que la producción de mercancías ya hizo a la naturaleza”. El Club de Roma acababa de publicar los resultados de sus estudios, que confirmaban la destructividad de la producción industrial y preconizaban sustituir parte de la fabricación de bienes perecederos - afectados además de obsolescencia programada - por la producción de bienes duraderos. Popularizó con ello el modelo de una economía centrada en la producción de cada vez nuevos tipos
de servicios. Illich quería mostrar que esta nueva forma de economía sólo
podía destruir las bases mismas de las culturas. Su primera demostración se centró en las escuelas, lugares de suministro de los servicios de educación 6. Su segunda demostración concernió los servicios de transporte que, más allá de ciertos límites, disminuyen la libertad de circular de la gente 7. Su tercera demostración se centró en la contra-productividad de los servicios de salud 8, “cuando ciertos umbrales se ven rebasados”. Illich todavía publicó algunos libros desde Cuernavaca, uno de ellos, La convivencialidad 9 , una obra maestra, y dos otros titulados respectivamente El desempleo creador 10 y El trabajo fantasma 11,
en cada uno de los cuales se expone una tesis económica que los economistas, con muy pocas excepciones – por ejemplo la del economista Edmond Malinvaud - , no quisieron considerar. En 1976, después de una memorable fiesta, el CIDOC cerró definitivamente sus puertas. Contrariamente a algunos rumores, CIDOC no sufrió persecuciones sistemáticas, aún si Illich fue, en varias ocasiones, objeto de ataques personales. La explicación dada por la animadora del centro, Valentina Borremans, fue que “había cumplido su misión”. Según Iván Illich, ella “entendió que el alma de este lugar para pensar, independiente y sin afán de poder, no resistiría al éxito”.
Aunque la degradación cultural que preveía Illich haya alcanzado hoy
dimensiones de agudeza mortal, es aún tiempo de revisar las tesis económicas de Iván. Esa revisión o “relectura” de Illich podrá tener dos partes:
1. Aciertos y límites de la crítica de las instituciones de servicio
dominantes en los años setenta.
2. El entendimiento de Illich, desde la década de 1980, que la
configuración de las instituciones está sufriendo una nueva mutación, la
más profunda de todas y que la nueva situación requiere nuevos
instrumentos analíticos.
El 2 de diciembre 2012, se cumplirán diez años de que Iván Illich nos dejó.
Propongo que celebremos su memoria en Cuernavaca mediante un seminario sobre sus tesis de los años 1970 y las sorprendentes intuiciones de sus últimos años. Ciertos temas urgentes se desprenden de esas reflexiones:
- Ni Ivan Illich ni Javier Sicilia están opuestos a toda forma de institución.
En los años 1970, Illich criticó el efecto paralizante de la mayor parte
de las instituciones de servicio. En los años 1980, 90, analizó su
transformación en sistemas. Es necesario completar las líneas de análisis abiertas por Illich en sus últimos años.
- De los zapatistas a los demócratas árabes, de los caminantes pacíficos
mexicanos a los indignados españoles, una exigencia se define cada vez
con mayor precisión: la de construir otras relaciones jurisprudenciales y,
con ello, de reconstruir el tejido social. Me gustaría pensar que el Sr.
Martínez lo puede entender.
1
Javier Sicilia ha descrito éste primer encuentro en Javier Sicilia, “Prefacio”, Ivan Illich, Obras
reunidas, vol. II, México: Fondo de Cultura Económica, 2008, pp. 14-17.
2
En esto, la visión histórica de Illich se acerca tangencialmente a la de Lynn White, en “The Ecological
Roots of our Ecological Crisis”, Science, vol. 155, 1967, pp. 1203-1207.
3
Ver al respecto David Cayley, The Rivers North of the Future. The testament of Ivan Illich as told to
David Cayley, Toronto: House of Anansi Press, 2005, en particular: “The Criminalization of Sin”, p. 80,
“The Age of Systems”, p. 157, “Gratuity”, p. 225.
4
Para saber más , ver David Cayley, The Rivers North of the Future. The Testament of Ivan Illich as told
to David Cayley, op. cit., pp. 4, 5. (Versión española en preparación, México, Jus).
5
Op.cit, p. 8, 9.
6
La sociedad desescolarizada, Obras reunidas, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, vol. I, pp.
187-323.
7
Energía y equidad, Obras reunidas, vol. I, op. cit., pp. 325-365.
8
Némesis médica, Obras reunidas, vol. I, op. cit., pp. 531-763.
9
Obras reunidas, vol. I, op. cit., pp. 367-530,
10
Obras reunidas, vol. I, op. cit., pp. 481-530 (publicado como “Postfacio a la Convivencialidad”).
11
Obras reunidas, vol. II, op. cit., pp. 41-177.
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¿Alguien detrás de Sicilia?
Germán Martínez Cázares
16 May. 11
¿Hay alguien detrás de Javier Sicilia? Sí. ¿Quién? Un personaje inteligente y controvertido:
Iván Illich. Austriaco, sacerdote católico, nació en Viena en 1926, estudió teología y filosofía
en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma. En su juventud vivió en Nueva York como
asesor pastoral; después en Puerto Rico, donde fue vicerrector de la Universidad Católica de
Ponce.
Illich llega a México a principios de los sesenta y funda, en Cuernavaca, el Centro
Intercultural de Documentación para impartir cursos de lengua y cultura latinoamericana.
Desde entonces Javier Sicilia promueve su pensamiento, como lo atestiguó la revista Ixtus y,
actualmente, la publicación bimestral Conspiratio.
Las ideas de Iván Illich alcanzaron notoriedad e influencia. Criticó duramente a la enseñanza
escolarizada, la medicina profesional, el trabajo no creador, el consumo; es decir, fustigó a la
sociedad industrial moderna. Sus lecturas dieron razón a la lucha de las llamadas "minorías" y
motivaron a grupos ambientalistas.
Algunos de los marchistas del contingente de protesta de Sicilia -sobre todo a su paso por la
UNAM- deben simpatizar con el radicalismo crítico de la modernidad de ese filósofo vienés,
autor de La sociedad desescolarizada.
El problema, me atrevo a decir, es que Iván Illich no cree en las instituciones. Y Javier Sicilia
recibió esa herencia. Duda de ellas. No de su eficacia (de ésa todos podemos dudar y
reprochar), sino de la utilidad de su existencia.
Para Illich las instituciones, la técnica, pudren a la comunidad. Impiden la libertad de las
personas para relacionarse, natural y trascendentemente, con el otro. La comunión se pervierte
con la institución.
El extremismo de Iván Illich sostiene que "la institución" de su Iglesia Católica era producto
de la corrupción del evangelio. Esa institucionalización sólo encumbró personas y envileció la
palabra de Dios, advirtió.
Amparado por esa ética de la desinstitucionalización en la política, Sicilia caminó de
Cuernavaca al Zócalo en una marcha del silencio. "Lo que debemos aprender de una persona
para entenderla no son sus palabras, sino sus silencios", decía el políglota Illich.
Sicilia marchó con ese desprecio por un orden jurídico y político. Eso lo llevó a afirmar que el
país requiere "un candidato de unidad civil", a gritar a favor del "voto blanco", a penalizar
políticos, a ignorar partidos y al extremo de estar "hasta la madre" de todo y de todos.
En esa lógica "anti-institucional" arrastró globalifóbicos, electricistas descontentos, los de
Atenco, zapatistas y, claro, los opositores a la institución emblemática del poder político
mexicano: el Presidente.
Es fácil imaginar a esos marchantes, al final del sexenio, gritar que quieren ver a Calderón en
el banquillo de los acusados, por "su guerra" contra la delincuencia.
Algunos de ellos son los mismos que mandaron "al diablo a las instituciones" democráticas
que le dieron el triunfo a Felipe Calderón en 2006. ¿Fueron, acaso, los promotores del
presidente interino? Son los que entonces, fuera de la institución de la casilla electoral,
pretendían volver a contar "voto por voto". Son los que sueñan con el Estado fallido, profecía
acariciada por esos anti-sistémicos. Aspiran al caos.
Apartar el trigo de esa cizaña es el reto de Sicilia. Oponerse a Calderón es normal en
democracia, destruir a las instituciones democráticas es suicida.
La pirotecnia anticalderonista nubla la demanda legítima de Sicilia de una verdadera paz
fundada, no en la fuerza pública, sino en la convivencia civilizada de las personas.
Un enfrentamiento con la institución del Vaticano hizo a Iván Illich colgar los hábitos
sacerdotales. Murió en 2002 después de una larga enfermedad. Congruente, nunca intentó
curarse con los métodos profesionales de la medicina institucionalizada que tanto criticó.
Para el dolor de tantos "Sicilias" no hay atajos, ni medicina alternativa. Sólo se puede
atemperar con instituciones fuertes (sin duda criticables) para hacer valer la ley.
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