decrecimiento o desconstrucción
de la economía: hacia un mundo
sustentable
Tomado del libro Discursos Sustentables de Enrique Leff
México : Siglo XXI, Editores, 2008.
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la apuesta por el decrecimiento
Los años sesenta marcaron una época de convulsiones
del mundo moderno. Al tiempo que
irrumpieron movimientos emancipatorios y contraculturales
(sindicales, juveniles, estudiantiles,
de género), explotó la bomba poblacional y sonó
la alarma ecológica. Por primera vez, desde que la
maquinaria industrial y los mecanismos del mercado
fueran activados en el capitalismo naciente
en el Renacimiento, desde que Occidente abriera la
historia a la modernidad guiada por los ideales de
la libertad y el iluminismo de la razón, se fracturó
uno de los pilares ideológicos de la civilización
occidental: el principio del progreso impulsado
por la potencia de la ciencia y de la tecnología,
convertidas en las más serviles y servibles herramientas
de la acumulación de capital, y el mito de
un crecimiento económico ilimitado.
La crisis ambiental vino así a cuestionar una de
las creencias más arraigadas en nuestras conciencias:
no sólo la de la supremacía del hombre sobre
las demás criaturas del planeta y del universo, y
el derecho de dominar y explotar a la naturaleza
en beneficio de "el hombre", sino el sentido mismo
de la existencia humana fincado en el creci
miento económico y el progreso tecnológico: de
un progreso que fue fraguando en la racionalidad
económica, que se fue forjando en las armaduras
de la ciencia clásica y que instauró una estructura,
un modelo; que fue estableciendo las condiciones
de un progreso que ya no estaba guiado por la
coevolución de las culturas con su medio, sino por
el desarrollo económico, modelado por un modo
de producción que llevaba en sus entrañas un
código genético que se expresaba en un dictum
de crecimiento, ¡de un crecimiento sin límites!
Los pioneros de la bioeconomía y de la economía
ecológica plantearon la relación que guarda
el proceso económico con la degradación de la
naturaleza, el imperativo de internalizar los costos
ecológicos y la necesidad de agregar contrapesos
distributivos a los mecanismos desequilibrantes
del mercado. Del estudio del mit y el Club de
Roma sobre Los límites del crecimiento siguieron
las propuestas del "crecimiento cero" y de una
"economía de estado estacionario". En su libro
La ley de la entropía y el proceso económico, Nicholas
Georgescu-Roegen estableció el vínculo fundamental
entre el crecimiento económico y los
límites de la naturaleza. El proceso de producción
generado por la racionalidad económica que
anida en maquinaria de la revolución industrial,
le impulsa a crecer o morir (a diferencia de los
seres vivos que nacen, crecen y mueren, y de las
poblaciones de seres vivos que estabilizan su crecimiento.
El crecimiento económico, el metabolismo
industrial y el consumo exosomático, implican
un consumo creciente de naturaleza –de materia
y energía–, que no sólo se enfrenta a los límites
de dotación de recursos del planeta, sino que se
degrada en el proceso productivo y de consumo,
siguiendo los principios de la segunda ley de la
termodinámica.
Cuatro décadas después de
de Rachel Carson, la destrucción de los
bosques, la degradación ecológica y la contaminación
de la naturaleza se han incrementado en
forma vertiginosa, generando el calentamiento
del planeta por las emisiones de gases de efecto
invernadero y por las ineluctables leyes de la
termodinámica que han desencadenado la muerte
entrópica del planeta. Los antídotos que han
generado el pensamiento crítico y la inventiva
tecnológica, han resultado poco digeribles por el
sistema económico. El desarrollo sostenible se muestra
poco duradero, ¡porque no es ecológicamente
sustentable!
El sistema económico, en su ánimo globalizador,
continuó soslayando y negando el problema
de fondo. Así, antes de internalizar las condiciones
ecológicas de un desarrollo sustentable, la
geopolítica del "desarrollo sostenible" generó un
proceso de mercantilización de la naturaleza y de
sobre-economización del mundo: se establecieron
"mecanismos" para un "desarrollo limpio" y se
elaboraron instrumentos económicos para la gestión
ambiental que han avanzado estableciendo
derechos de propiedad (privada) y valores económicos
a los bienes y servicios ambientales. La
naturaleza libre y los bienes comunes (el agua, el
petróleo), se han venido privatizando, al tiempo
que se establecen mecanismos para dar un precio
a la naturaleza –a los sumideros de carbono–, y
68 decrecimiento o deconstrucción
para generar mercados para las transacciones de
derechos de contaminación en la compraventa de
bonos de carbono.
Hoy, ante el fracaso de los esfuerzos por detener
el calentamiento global –el Protocolo de
Kyoto había establecido la necesidad de reducir
los gases de efecto invernadero (gei) de los países
industrializados al nivel alcanzado en 1990–, surge
nuevamente la conciencia de los límites del
crecimiento y emerge el reclamo por el decrecimiento.
Este retorna como un boomerang ante el
fracaso de las políticas globales y nacionales del
reformismo ecológico de la economía, más que
como un eco de añejas propuestas de un ecologismo
romántico. Los nombres de Mumford,
Illich y Schumacher vuelven a ser evocados por su
crítica a la tecnología, su elogio de "lo pequeño
que es hermoso" y el reclamo del arraigo en lo
local. El decrecimiento se plantea ante el fracaso
del propósito de desmaterializar la producción, del
proyecto impulsado por el Instituto Wuppertal
que pretendía reducir por 4 y hasta 10 veces los
insumos de naturaleza por unidad de producto.
Resurge así el hecho incontrovertible de que el
proceso económico globalizado es insustentable;
que la ecoeficiencia no resuelve el problema de
una economía en perpetuo crecimiento en un
mundo de recursos finitos, porque la degradación
entrópica es ineluctable e irreversible.1
1 Siguiendo a Georgescu-Roegen se ha fundado el Institut
d'Études Économiques et Sociales pour
un Congreso sobre el Decrecimiento Sostenible se llevó a cabo en
París los días 18 y 19 de abril del 2008; el número 35, el más
decrecimiento o deconstrucción 69
La apuesta por el decrecimiento no es solamente
una moral crítica y reactiva; una resistencia
a un poder opresivo, destructivo, desigual e injusto;
una manifestación de creencias, gustos y estilos
alternativos de vida. El decrecimiento no es un
mero descreimiento, sino una toma de conciencia
sobre un proceso que se ha instaurado en el corazón
del proceso civilizatorio que atenta contra
la vida del planeta vivo y la calidad de la vida
humana. El llamado a decrecer no debe ser un
recurso retórico para dar vuelo a la crítica de la
insustentabilidad del modelo económico imperante,
sino que debe fincarse en una sólida argumentación
teórica y una estrategia política. La
propuesta de detener el crecimiento de los países
más opulentos, estimulando al mismo tiempo el
crecimiento de los países más pobres o menos
"desarrollados" es una salida falaz. Los gigantes
de Asia han despertado a la modernidad, y tan
solo China y
rebasando los niveles de emisiones de gases de
invernadero de Estados Unidos. A ellos se suman
los efectos conjugados de los países de menor
grado de desarrollo llevados por la racionalidad
económica hegemónica y dominante.2
reciente de la revista Ecología Política fue dedicado igualmente
al decrecimiento sostenible.
2 Como ha señalado Joseph Stiglitz recientemente, los
países que aplicaron políticas neoliberales no sólo perdieron
la apuesta del crecimiento, sino que, cuando sí crecieron,
los beneficios fueron a parar desproporcionadamente a
quienes se encuentran en la cumbre de la sociedad.
70 decrecimiento o deconstrucción
El llamado al decrecimiento no es tan sólo un
eslogan ideológico contra un mito, un mot d'ordre
para movilizar a la sociedad contra los males
generados por el crecimiento, o por su desenlace
fatal. No es una contraorden para huir del
crecimiento como los hippies de los años sesenta
que quisieron abstraerse de la cultura dominante,
ni un elogio de las comunidades marginadas del
"desarrollo". Hoy ni siquiera las comunidades
indígenas más aisladas están a salvo o pueden
desvincularse de los efectos de la globalización
insuflada por el fuelle del crecimiento económico.
Pero ¿cómo desactivar el crecimiento de un
proceso que tiene instaurado en su estructura
originaria y en su código genético un motor que
lo impulsa a crecer o morir? ¿Cómo llevar a cabo
tal propósito sin generar como consecuencia
una recesión económica con impactos socioambientales
de alcance global y planetario? Pues si
bien la economía por sus propias crisis internas
no alcanza a crecer lo que quisieran las instituciones
económicas internacionales, los gobiernos
nacionales y las empresas multinacionales, frenar
simplemente el crecimiento es apostar por una
crisis económica de efectos incalculables. Por ello
no debemos pensar solamente en términos de
decrecimiento, sino de una transición hacia una
economía sustentable. Ésta no podría ser una ecologización
de la racionalidad económica existente,
sino Otra economía, fundada en otros principios
productivos. El decrecimiento implica la desconstrucción
de la economía, al tiempo que se construye
una nueva racionalidad productiva.
decrecimiento o deconstrucción 71
Economistas ecólogos, como Herman Daly han
propuesto sujetar a la economía de manera que
no crezca más allá de lo que permite el mantenimiento
del capital natural del planeta, es decir la
regeneración de los recursos y la absorción de sus
desechos (tesis de la sustentabilidad fuerte), pero
la economía simplemente no es consciente y no
consiente con tal receta ecológica. No se trata de
ponerle corsé a la gorda economía y de ponerla
a dieta de naturaleza para evitarle un infarto por
obesidad. Se trata de cambiarle el organismo, de
pasar de la economía mecanizada y robotizada
–de una economía artificial y contra natura–, a
generar una economía ecológica y socialmente
sustentable.
Decrecer no solo implica des-escalar (downshifting)
o des-vincularse de la economía. No equivale
a des-materializar la producción, porque ello no
evitaría que la economía en crecimiento continuara
consumiendo y transformando naturaleza
hasta rebasar los límites de sustentabilidad del
planeta. La abstinencia y la frugalidad de algunos
consumidores responsables no desactivan la manía
de crecimiento instaurada en la raíz y en el alma
de la racionalidad económica, que lleva inscrito
el impulso a la acumulación del capital, a las economías
de escala, a la aglomeración urbana, a la
globalización del mercado y a la concentración de
la riqueza. Saltar del tren en marcha no conduce
directamente a desandar el camino. Para decrecer
no basta bajarse de la rueda de la fortuna de la
economía; no basta querer achicarla y detenerla.
Más allá del rechazo a la mercantilización de
la naturaleza, es preciso desconstruir la economía.
72 decrecimiento o deconstrucción
Las excrecencias del crecimiento –el pus que
brota de la piel gangrenada de
drenada la savia de la vida por la esclerosis del
conocimiento y la reclusión del pensamiento– no
se retroalimentan del cuerpo enfermo de la economía.
No se trata de reabsorber sus desechos,
sino de extirpar el tumor maligno. La cirrosis
que corroe a la economía no habrá de curarse
inyectando mayores dosis de alcohol al motor de
combustión que alimenta a las industrias, a los
autos y los hogares.
del decrecimiento a la desconstrucción
de la economía
La estrategia economicista que intenta contener
el desbordamiento de la naturaleza conteniéndola
en la jaula de racionalidad de la modernidad,
sujetándola con los mecanismos del mercado,
sometiéndola a las formas de raciocinio e interés
prevalecientes, ha fracasado. De la angustia ante
el cataclismo ecológico y el descrédito de la eficacia
y la moral del mercado, nace la inquietud por
el decrecimiento.
La transición de la modernidad hacia la posmodernidad
significó pasar de los movimientos
anticulturales inspirados en la dialéctica, a proponer
el advenimiento de un mundo "post" –postestructuralismo,
poscapitalismo– que anunciaba
algo nuevo en la historia, pero aún sin nombre,
porque sólo hemos sabido nombrar positivistamente
lo que es, y no lo por-venir. La filosofía
decrecimiento o deconstrucción 73
posmoderna inauguró la época "des", abierta por
el llamado a la des-construcción. La solución al
crecimiento no es el decrecimiento, sino la desconstrucción
de la economía y la transición hacia
una nueva racionalidad que oriente la construcción
de la sustentabilidad.
La desconstrucción de la economía no significa
tan sólo un ejercicio mental para desentrañar y
descubrir las fuentes del pensamiento y los intereses
sociales que se conjugaron para dar a luz a
la economía, hija del Iluminismo de la razón y
de los intercambios comerciales del capitalismo
naciente, sino de un ejercicio filosófico, político
y social mucho más complejo. La economía no
sólo existe como teoría, como supuesta ciencia.
La economía es una racionalidad –una forma
de comprensión y actuación en el mundo– que
se ha institucionalizado y se ha incorporado en
nuestra subjetividad. La pulsión por "tener", por
"controlar", por "acumular", es ya reflejo de una
subjetividad que se ha constituido a partir de la
institución de la estructura económica y de la racionalidad
de la modernidad.
Desconstruir a la economía insustentable significa
cuestionar el pensamiento, la ciencia, la
tecnología y las instituciones que han instaurado
la jaula de racionalidad de la modernidad. La
racionalidad económica no es una mera superestructura
a ser indagada y desconstruida por el
pensamiento; es un modo de producción de conocimientos
y de mercancías. El proceso económico
no se implanta en el mundo como un árbol que
echa raíces en la tierra y se alimenta de su savia
nutriente. Es como un dragón que va dragando la
74 decrecimiento o deconstrucción
tierra, clavando sus pezuñas en corazón del mundo,
chupando el agua de sus mantos acuíferos y
extrayendo el oro negro de sus pozos petroleros.
Es el monstruo que engulle la naturaleza para
exhalar por sus fáusticas fauces flamígeras bocanadas
de humo a la atmósfera, contaminando el
ambiente y calentando el planeta.
No es posible mantener una economía en crecimiento
que se alimenta de una naturaleza finita:
sobre todo una economía fundada en el uso del
petróleo y el carbón, que son transformados en
el metabolismo industrial, del transporte y de la
economía familiar en bióxido de carbono, el
principal gas causante del efecto invernadero y
del calentamiento global que hoy amenaza a la
vida humana en el planeta tierra.
El problema de la economía del petróleo no es
solo, ni fundamentalmente, el de su gestión como
bien público o privado. No es el del incremento
de su oferta, explotando las reservas guardadas y
los yacimientos de los fondos marinos, para abaratar
nuevamente el precio de las gasolinas que han
sobrepasado los 4 dólares por galón. El fin de la
era del petróleo no resulta de su escasez creciente,
sino de su abundancia en relación a la capacidad
de absorción y dilución de la naturaleza; del límite
de su transmutación y disposición hacia la atmósfera
en forma de co2, de gases de efecto invernadero.
La búsqueda del equilibrio de la
economía, por una sobreproducción de hidrocarburos
para seguir alimentando la maquinaria industrial
(y agrícola por la producción de agro-biocombustibles),
pone en riesgo la sustentablidad de
la vida en el planeta… y de la propia economía.
decrecimiento o deconstrucción 75
La despetrolización de la economía es un imperativo
ante los riesgos catastróficos del cambio
climático si se rebasa el umbral de las 550 ppm
de gases de efecto invernadero, como vaticina el
Informe Stern y el Panel Intergubernamental de
Cambio Climático. Y esto plantea un desafío tanto
a las economías que dependen fuertemente de
sus recursos petroleros (México, Brasil, Venezuela
en nuestra América Latina), no sólo por su consumo
interno, sino por su contribución al cambio
climático al alimentar la economía global.
El decrecimiento de la economía no solo implica
la desconstrucción teórica de sus paradigmas
científicos, sino de su institucionalización social
y de la subjetivización de los principios que intentan
legitimar a la racionalidad económica
como la forma suprema e ineluctable del ser
en el mundo. Sin embargo, las diversas razones
para desconstruir la racionalidad económica no
se traducen directamente en un pensamiento y
en acciones estratégicas capaces de desactivar la
maquinaria capitalista. No se trata tan sólo de
ecologizar a la economía, de moderar el consumo
o de incrementar las fuentes alternativas y
renovables de energía, en función de los nichos
de oportunidad económica que se hacen rentables
ante el incremento de los costos de energías
tradicionales. Estos principios, aun convertidos
en movimiento social, no operan por sí mismos
una desactivación de la producción in crescendo.
El ecologismo como normatividad o como fuga
del sistema, genera una contracorriente que no
detiene el torrente desbordado de la máquina del
crecimiento. Por ello precisamos desconstruir las
76 decrecimiento o deconstrucción
razones económicas a través de la legitimación
de otros principios, de otros valores y otros potenciales
no económicos; debemos forjarnos un
pensamiento estratégico y un programa político
que permita desconstruir la racionalidad económica
al tiempo que se construye una racionalidad
ambiental.
Desconstruir la economía resulta ser una empresa
más compleja que el desmantelamiento de
un arsenal bélico, el derrumbamiento del muro
de Berlín, la demolición de una ciudad o la refundición
de una industria; no es la obsolescencia
de una máquina o de un equipo o el reciclaje de
sus materiales para renovar el proceso económico.
La destrucción creativa del capital que preconizaba
Schumpeter, no apuntaba al decrecimiento, sino
al mecanismo interno de la economía que la lleva
a "programar" la obsolescencia y la destrucción del
capital fijo para reestimular el crecimiento económico
insuflado por la innovación tecnológica como
fuelle de la reproducción ampliada del capital.
Más allá del propósito de desmantelar el modelo
económico dominante, se trata de destejer
la racionalidad económica entretejiendo nuevas
matrices de racionalidad y abonando el suelo de
la racionalidad ambiental. Esto lleva a una estrategia
de desconstrucción y reconstrucción; no a
hacer estallar el sistema, sino a re-organizar la
producción, a desengancharse de los engranajes
de los mecanismos del mercado, a restaurar la
materia desgranada para reciclarla y reordenarla
en nuevos ciclos ecológicos. Mas esta reconstrucción
no está guiada simplemente por una "racionalidad
ecológica", sino por las formas y procesos
decrecimiento o deconstrucción 77
culturales de resignificación de la naturaleza. En
este sentido, la construcción de una racionalidad
ambiental capaz de desconstruir la racionalidad
económica, implica procesos de reapropiación de
la naturaleza y territorialización de las culturas.
El crecimiento económico arrastra consigo el
problema de su medición. El emblemático PIB
con el que se evalúa el éxito o fracaso de las economías
nacionales, no mide sus externalidades
negativas. Pero el problema fundamental no se
resuelve con una escala múltiple y un método
multicriterial de medida –con las "cuentas verdes",
el cálculo de los costos ocultos del crecimiento,
un "índice de desarrollo humano" o un
"indicador de progreso genuino". Se trata de
desactivar el dispositivo interno (el código genético)
de la economía, y hacerlo sin desencadenar
una recesión de tal magnitud que genere mayor
pobreza y destrucción de la naturaleza.3
La descolonización del imaginario que sostiene
a la economía dominante no habrá de surgir del
consumo responsable o de una pedagogía de las
catástrofes socioambientales, como pudo sugerir
Latouche al poner en la mira la apuesta por el
decrecimiento. La racionalidad económica se ha
institucionalizado y se ha incorporado en nuestra
forma de ser en el mundo: el homo economicus. Se
trata pues de un cambio de piel, de transformar
al vuelo un misil antes de que estalle en el cuerpo
3 Tan sólo un par de meses después de pronunciadas
estas palabras, esta recesión se ha desencadenado no por
una voluntad desconstruccionista, sino por una crisis económica
y financiera de alcances aún incalculables.
78 decrecimiento o deconstrucción
minado del mundo. La economía realmente existente
no es desconstruible mediante una reacción
ideológica y un movimiento social revolucionario.
No basta con moderar a la economía incorporando
otras normas, valores e imperativos sociales,
para crear una economía socialmente y ecológicamente
sostenible. La desconstrucción implica
acciones estratégicas para no quedarnos en un
mero teoricismo, dando palos de ciegos a una
economía desbocada. Pues, si tenemos suerte le
damos a la piñata y nos caen dulces del cielo...
pero también corremos el riesgo de que se nos
caiga la piñata en la cabeza. Por ello es necesario
forjar Otra economía, fundada en los potenciales
de la naturaleza y en la creatividad de las culturas;
en los principios y valores de una racionalidad
ambiental.
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