1 de octubre de 2007
La urbanización moderna mata a la ciudad y a los dones de la Naturaleza; sus exigencias técnicas, administrativas y políticas, siempre en beneficio de la industria y del gran capital, crean uniformidad urbana, dislocación del espacio y del tiempo, destrucción social y ambiental, fealdad, y sobre todo, aniquilación de las antiguas comunidades territoriales. Sin comunidades urbanas no hay ciudad, ni vivienda digna, ni bienestar, ni seguridad, ni democracia, ni sustentabilidad. La comunidad con arraigo, identidad propia y autonomía, es la unidad básica de la ciudad floreciente, su mejor defensa y su mejor fortaleza; las comunidades con arraigo son, además, el mejor punto de partida en la renovación de la ciudad y en la creación de vivienda y espacios urbanos convivenciales. De allí la importancia de los antiguos barrios y colonias, de la zonas urbanas centrales, de los antiguos pueblos atrapados por la urbanización, de las viejas edificaciones que subsisten en la ciudad y que tanto ayudan a dar identidad a sus comunidades. Las viejas comunidades urbanas, así como las viejas edificaciones, merecen una protección especial, muy distinta a la que los modernizadores gubernamentales y empresariales les han dado: exigen un profundo respeto a sus moradores y a sus edificaciones. Lamentablemente las grandes obras modernizadoras las han desarticulado y debilitado enormemente. Las intervenciones gubernamentales en estas viejas comunidades urbanas han sido calamitosas en su mayor parte, gracias a la profunda ignorancia social de la importancia de estas entidades territoriales.
La construcción de nuevas edificaciones en las ciudades mexicanas ha sido en su mayor parte catastrófica, a consecuencia de los criterios industrialistas, desarrollistas, incrustados en las leyes, programas y normatividades del "desarrollo urbano" que consideran a las viviendas como "garajes para personas", aislados, sin ligas entre sí o con el comercio y servicios que le rodean y, en cambio, consideran a los servicios y al comercio, como industrias que deben contar con todas las facilidades para emitir ruido, humos, olores, vapores, hacer descargas de aguas pestilentes, producir basura en grandes cantidades y ocupar grandes superficies y alturas en el seno de barrios o colonias. Las proporciones se han perdido hace muchos años en los aberrantes "programas de desarrollo urbano" o "de ordenamiento territorial " que padecemos en México. Por sus características y configuración, las unidades habitacionales, al igual que las edificaciones del comercio y los servicios, no sólo han reducido al mínimo la autonomía de los barrios y las colonias, han rebajado a niveles precarios las relaciones sociales y la calidad ambiental de las ciudades. Cada año están más lejos las viviendas de los empleos y aumentan significativamente los costos y las agresiones ambientales para los ciudadanos. El transporte urbano exige ahora una tremenda cuota de sufrimientos a los ciudadanos y dispara los costos ecológicos y económicos de las ciudades mexicanas a un punto tal que están al borde del colapso económico, social y ambiental.
La urbanización es un proceso contrario a la creación de ciudad.
Una gran amenaza se cierne sobre las ciudades mexicanas: la construcción de viviendas súper industrializadas , tipo GEO, tipo ARA, en los terrenos ejidales o agrícolas que las rodean. Sin facilidades para el fortalecimiento de la comunidad, muy alejadas de los centros de trabajo, utilizando terrenos agrícolas de gran importancia para la subsistencia futura de la ciudad, atentando contra los dones de la Naturaleza, estos nuevos megaproyectos de vivienda conducen al paroxismo las enfermedades de la ciudad y constituyen la negación de la vivienda digna, apropiada y respetuosa de la comunidad territorial madura.
Los megaproyectos que se proyectan en la Cuenca del Valle de México y sus cercanías, fortalecen estas tendencias suicidas y ensombrecen su futuro: torres como la llamada del "bicentenario", líneas de Metro, como la proyectada a Tlahuac; trenes suburbanos como los que llegarán a Buenavista; vialidades, como las que se construyen para el Eje Troncal Metropolitano (Eje 3 Ote) o por el puente Hueyatlaco; autopistas, como el arco norte y el poniente o la de La Venta- Colegio Militar; aeropuertos como el que se proyecta en Tizayuca, provocarán mayor postración de la zona urbana de la Cuenca del Valle de México. No obstante, los gobiernos se empecinan en seguir la fracasada ruta del desarrollismo urbano que imponen a todas las ciudades de la Tierra los inversionistas mundializados .
El gigantismo, la verticalización y el monocultivo urbano que domina a nuestras ciudades imposibilita cualquier mejoría. Los conceptos de crecimiento económico, de desarrollo o de progreso, inclusive aquellos que cubren las exigencias de "desarrollo sustentable", entrañan la destrucción de las comunidades, el colapso cultural, el desfondamiento de la persona humana y la depredación rápida del territorio. El desarrollismo globalizador del mundo moderno anula cualquier posibilidad de mejoría de las ciudades. Estamos ante el fracaso de la ciencia y la tecnología moderna en los asuntos de la ciudad; ante el fracaso de la ideología del crecimiento económico y del "desarrollo sustentable" aplicados al "desarrollo urbano".
Para frenar este desastre urbano y reconocer la gran amenaza que representan el calentamiento global y el fin del petróleo barato, es imprescindible cambiar radicalmente nuestra visión de la ciudad que queremos; es preciso cambiar a fondo la idea que tenemos de la vivienda y la ciudad. Es imperativo reconocer que se necesitan revalorizar: los dones de la Naturaleza, la convivencia humana, los pueblos, barrios y colonias antiguas y las enseñanzas del pasado; es preciso reconceptualizar la ciudad, el barrio, la colonia y el espacio público. Empezamos a crear una nueva visión de la ciudad, un cambio en el imaginario colectivo: Una ciudad en Descrecimiento.
Miguel Valencia
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