lunes, 17 de noviembre de 2008

Miguel Valencia: Comentario al editorial de Rene Drucker sobre las obras en la ciudad

René Drucker parece no conocer bien las fuerzas económicas y sociales que transformaron a la Ciudad de México y a las ciudades de occidente en el siglo XX, como tampoco parece tener conocimiento científico de lo que entraña la movilidad urbana. Parece que no sabe que las ciudades de occidente, incluyendo a la Cd de México fueron profundamente alteradas en el Siglo XX, por la invasión de los autos, al punto en que los autos no sólo se convirtieron en una manifestación obligada de posición social, sino que empezaron a monopolizar el espacio publico, expulsando de él a otras formas de movilidad, como caminar o andar en bici o inclusive al transporte colectivo. Se ha soñado por muchas decadas que todo mundo debería tener un auto, sin tomar en cuenta lo que esto significa en superficie urbana, en tiempo de translado, en calidad del aire y en recursos naturales. Para resolver la invasión de autos en las ciudades, sin frenarla, pues la fabricación de autos es " fundamental para la economía", para científicos y técnicos, inventaron "soluciones" que no resuelven el problema, sólo lo difieren por unos años, a cambio de complicarlo, como lo acostumbran hacer estos personajes cuando quieren ganar poder y dinero con rapidez. Así pues, inventaron los pasos a desnivel, las vías rápidas, los ejes viales, los distribuidores viales, los libramientos, los periféricos, los circuitos interiores, los arcos perféricos, entre muchas falsas soluciones viales recomendadas por expertos, técnicos, academicos y científicos internacionales al servicio del gran capital: la corrupción de los conocedores que ocultaron el hecho de que la circulación de autos en la ciudad es incompatible con la convivencia humana y el respeto a la naturaleza. Desde los años 60 se inciaron las grandes denuncias contra el auto, pero, las universidades las ocultaron o las minimizaron .En México, virtualmente todos los científicos y los técnicos han apoyado esta turbia maniobra mundial de los grandes empresarios en favor del uso del auto, validando los viaductos, los periféricos, los circuitos interiores, los ejes viales, los distribuidores viales, los segundos pisos y todas aquellas obras construidas para fomentar el uso del auto en la Ciudad de México. Todo esto lo debería saber Drucker y no darse por sorprendido de un desastre anunciado hace muchos años. Nunca lo vimos protestar por las obras del Segundo Piso y los distribuidores viales, y tampoco, por lo que dice, lo vemos inconformarse ahora con el diseño o la naturaleza depredadora de los megaproyectos de transporte que impulsa Marcelo Ebrard; sólo le preocupa el exceso de obras. Eso sí, se ensaña con los microbuses, los repartidores, los trailers y los agentes de tránsito, como si fueran los causantes principales de la pésima movilidad urbana de la Ciudad de México: demasiado tendencioso y poco conocedor de los aspectos técnicos de la movilidad urbana, para ser un científico haciendo política en favor de la ciencia mexicana. La academia, particularmente los científicos y los técnicos, necesitan liberarse de la dependencia extrema que tienen de los grandes políticos y de los grandes inversionistas, para ganar respeto en asuntos como los del medio ambiente y las ciudades.
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Editorial en La Jornada
René Drucker Colín

Y en el Gobierno del DF, ¿a quién le corresponde?

Yo, cada día que pasa, me pregunto con mayor insistencia: ¿cuántas horas-hombre nos cuesta trasladarnos de un lado a otro en la ciudad de México? ¿A quién le corresponde hacer este análisis?, que me parecería fundamental que hiciera el jefe de Gobierno. Es más, yo me preguntaría eso si fuera funcionario de nivel, en cualquier ciudad de cierto tamaño que rebase un millón de habitantes. Pero enfoquémonos a la ciudad de México, en la cual, según se sabe, se trasladan de un punto a otro varios millones de personas cotidianamente.
Está claro que en cualquier ciudad del mundo que tenga este nivel poblacional tan elevado el traslado es complicado, difícil y, desde luego, tardado. ¿Pero es tan tardado como en la ciudad de México? Por experiencia propia, estoy seguro de que no y, desde hace unos pocos meses, segurísimo de que no. En la ciudad de México, hoy día cualquier distancia, por pequeña que sea, es difícil, complicada, pero sobre todo tardada.
En meses recientes se ha decidido, quizás atinadamente, hacer muchas obras viales. Pero, ¿es necesario hacer todas al mismo tiempo? ¿Acaso se hizo un estudio o por lo menos un análisis de cómo una obra afecta el traslado, si al mismo tiempo se hace otra en las cercanías, generando caos viales de dimensiones inaceptables, como ocurren hoy día? Pero aun aceptando que es necesaria la simultaneidad de las obras, ¿por qué se hacen sin el más mínimo auxilio vial?
La policía de tránsito está totalmente ausente y cuando de casualidad está presente, su ineficiencia es no sólo palpable, sino notable. Pero, además, es absolutamente insuficiente el número de agentes viales. Aunado a esto, aparte de que no se dan a respetar, la ciudadanía, en parte por su desesperación y en parte, malamente, por costumbre, no les tiene el más mínimo respeto. Pero sean cuales sean la o las razones, en el fondo da lo mismo si la policía de tránsito está presente o no, pues es incapaz de dirigir adecuadamente el curso vial. De hecho parecería que el caos frecuentemente es originado por ellos mismos.
Por otro lado, el transporte público es una calamidad. La Secretaría de Transporte y Vialidad (Setravi) no puede, no quiere, o de plano se lava las manos, pero no es posible que no logre poner en orden, con energía y decisión, a los microbuseros, que son la peor plaga que sufre la ciudad.
Tampoco entiendo por qué no se prohíbe, y digo prohíbe, la circulación de camiones repartidores, sobre todo de tráileres durante el día y se pone un horario, por ejemplo de las 24 a las 5 horas para la distribución de mercancías. Si a las empresas no les gusta, pues ni modo, el interés público debe rebasar el interés particular.
Tampoco entiendo por qué no existe una campaña permanente y efectiva para quitar y castigar con multas a todos aquellos que se estacionan donde no pueden por ley y no deben por respeto a los demás. ¿Dónde está la autoridad?, bueno, ya sabemos, está ausente.
Hace unos días me tomó tres horas –sí, señores, tres horas– viajar de Ciudad Universitaria a Polanco, distancia que normalmente, si no hubiera tráfico a las dos de la madrugada, me tomaría 15 minutos. ¿Por qué me ocurrió?, pues porque hubo una manifestación que bloqueó el tránsito de sur a norte. Yo creo fervientemente en la libre expresión, pero me niego a aceptar que ésta afecte a la población en general, pues ya no es libre expresión, sino abuso y falta de autoridad.
A mí me queda muy claro que gobernar, sobre todo una ciudad tan compleja como es el Distrito Federal, es muy, pero muy difícil, pero aquellos que han aceptado el reto de gobernarla tienen la responsabilidad ineludible de gobernar por el bien común, y hoy día no hay (aunque en realidad nunca lo ha habido) ningún respeto hacia la ciudadanía, pues las obras, el transporte, los baches, los topes, la falta de autoridad de la policía de tránsito, la ausencia de decisión para implementar prácticas que limiten a ciertas horas el transporte de ciertos tipos de vehículos, la falta de decisión y, sobre todo, la vigilancia hacia la población para castigar infractores, hace que este gobierno no esté cumpliendo con su obligación de hacer más vivible la ciudad.
Y vuelvo a preguntar, ¿cuánto nos cuestan las horas-hombre que la ciudadanía tiene que invertir en trasladarse de un punto a otro?
Señor jefe de Gobierno: como dijo el señor Martí en relación con la seguridad: si su gente no puede ayudar a reducir los tiempos de traslado, que renuncien y busquen personas que sí puedan mejorar la calidad de vida en la ciudad. Por lo pronto, la calidad es mala y me pregunto, ¿pues a quién le corresponde mejorarla?

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